"Todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice" Isaías 43:7



miércoles, 8 de junio de 2011

LA SANGRE DE CRISTO DERRAMADA

Dios siempre hizo pacto con Israel para beneficio suyo. Cada uno de los pactos tenía implícito aspectos de obediencia y supremacía de Dios; pero también gran parte de estos tenía envuelto en sí grandes bendiciones como promesas a su obediencia.

Pero el aspecto más importante que podemos ver, como sello y garantía a los pactos divinos; y aún a algunos pactos humanos, es el derramamiento de sangre.

Esta era derramada como garantía del cumplimiento por parte de los implicados en el mismo, y lo cual permite que quien invalide el pacto se hace culpable de muerte, ya que la otra persona tendría autoridad sobre su sangre.

Por lo tanto, era necesario que Jesús, como consumador del pacto eterno, derramara su sangre para redimir la creación de su estado actual. Pero nosotros como cristianos, debemos aprender a recibir todas y cada una de las bendiciones implícitas en la sangre de Cristo. Pero estas bendiciones las experimentamos en el rociamiento de su sangre sobre nosotros.


LA SANGRE DERRAMADA.


I. ANTES DE LA CRUZ

  1. La Circuncisión Lc. 2:21
Rito religioso en el que se corta el prepucio que cubre el glande del miembro viril.

La circuncisión se conocía entre los egipcios antes del tiempo de Abraham. La practicaban también los edomitas y moabitas (Jer. 9.25). Entre estas naciones paganas la circuncisión era un rito de pubertad o consagración al matrimonio, que se efectuaba al llegar a la edad necesaria (Gn 17.25). Los filisteos, asirios, elamitas, sidonios y los habitantes preisraelitas de Canaán, no la conocían (1 S 14.6; Ez 32.17-30).

En El Antiguo Testamento.

Dios escogió la circuncisión como señal de su PACTO con ABRAHAM y su descendencia (Gn 17.10, 11). Algunas de las implicaciones derivadas de este pacto son:
  1. La justificación por la fe sola (Gn 15.6, 18). Pablo habló de la circuncisión sobre todo como señal y sello de la justicia por la fe (Ro 4.11).
  2. La regeneración o el nuevo nacimiento, es decir, una vida nueva (Gn 17.7; Mr. 12.26, 27; Ro 4.19). Moisés y Jeremías hablaron de la circuncisión del corazón (Lv 26.41; Dt. 10.16; 30.6; Jer. 4.4; 9.25, 26).
  3. La capacidad de engendrar una descendencia santa. La circuncisión se relaciona en su contexto bíblico original con el proceso de propagación (Gn 17.7; cf. 15.2-5). En el Antiguo Testamento el acto sexual no se considera pecaminoso (Gn 1.28; 2.4), pero su fruto, la naturaleza humana, sí (Salmo 51.5). Mediante la gracia representada por la circuncisión se renueva la capacidad de engendrar una descendencia santa (Gn 1.28; 17.2, 4-6; 1 Co 7.14). La circuncisión en el Antiguo Testamento no era un rito de pubertad, como en las naciones paganas. Se circuncidaban a los bebés de ocho días (Gn 17.12), por su necesidad de los beneficios del pacto y su participación en ellos (Lv 12.3; Sal 51.5; Ro 5.12, 18; 1 Jn. 2.12).
  4. La circuncisión implicaba obediencia a Dios (Ro 2.25-29; 1 Co 7.17-19), no solo para los creyentes adultos (Gn 17.1), sino también para los hijos (Gn 17.9; 18.19; Sal 103.17, 18; Ef. 6.4; Col 3.20; Tit. 1.16). Era señal de una relación especial, íntima y santa con Dios (Gn 17.1) y de plena comunión con el pueblo (Gn 17.14). Confería derechos y obligaciones de la misma manera que lo hacía la identificación de cada familia con su patriarca (Gn 17.7, 8, 12, 13, 23; cf. Ro 5.12-20 y el bautismo en Hch 2.39; 16.15, 31, 33; 18.8). Como señal del pacto era el requisito para participar dignamente de la Pascua (Éx. 12.48) y de los sacrificios (Ez 44.7).
La práctica común en Israel era muy contraria a la alta enseñanza divina sobre la circuncisión. Casi desde el principio (Gn 34; cf. 21.4), Israel convirtió lo espiritual en algo carnal e hipócrita. En vez de tener la circuncisión por señal de bendición universal, la cambió en una distinción nacionalista que redundó en maldición (Gn 12.2; 17.6, 12; cf. cap. 34).

A través del Antiguo Testamento, Dios hace hincapié en la gran importancia de recordar la señal de su pacto (Gn 17.14) y en el peligro de despreciarla y postergarla (Éx. 4.24-26; Jos. 5.2-9). Sin embargo, advierte que la señal exterior sin la realidad de la fe y la regeneración interior es vacía y nos condena (Jer. 9.25, 26; Ro 2.25-29; 4.9-12).

En El Nuevo Testamento.

La circuncisión se practicó, como correspondía a la cultura judía de la época, en los casos de Juan el Bautista y Jesús (Lc 1.59; 2.21). La imposición del nombre acompañaba a la circuncisión.

Sin embargo, para mediados del siglo I la circuncisión perdió mucho de su sentido confesional de la época del regreso. Pablo polemizó fuertemente con los que querían circuncidar a los gentiles convertidos a Cristo (Gá. 5.2-12; 6.12-16; Fil. 3.2, 3). Su opinión la adoptó el concilio apostólico (Hch 15.1-21). La circuncisión nunca llegó a ser ordenanza de la Iglesia (1 Co 7.18, 19; Hch 16.3; Ro 4.9-12; cf. Gá. 2.3).

La señal del pacto llegó a ser el BAUTISMO. Este cumplía el verdadero sentido de la circuncisión: el despojamiento de la vieja naturaleza y la experiencia de la regeneración (Col 2.11, 12). Así que los cristianos forman la verdadera circuncisión (Fil. 3.3).

En Sentido Figurado.

La Biblia se refiere con frecuencia a la "circuncisión del corazón" (Dt. 10.16; Jer. 4.4; Ro 2.29). El Antiguo Testamento menciona árboles frutales incircuncisos (Lv 19.23), y labios (Éx. 6.12, 30) y oídos (Jer. 6.10) incircuncisos. Pablo habla de la "incircuncisión de vuestra carne" (Col 2.13).

Cumplimiento en Jesús.

El hecho que Jesús haya experimentado la circuncisión por nosotros, nos hace partícipes de su naturaleza por gracia.

La circuncisión era hecha en el miembro reproductor masculino para así representar que el fruto de esa simiente, nacería dentro del pacto divino con Abraham; así es que nosotros llegamos a ser parte del pacto de Dios y Abraham y obtenemos también sus bendiciones, puesto que, nuestra simiente está en Cristo Jesús.

  1. la agonía en Getsemaní Lc. 22:44
(En arameo, lagar de aceite). Huerto o bosque de olivos ubicado al pie del monte de los Olivos, frente a Jerusalén y al este del torrente de Cedrón. Aquí se reunieron Jesús y sus discípulos después de la última cena (Mt 26.36-46; Mr 14.32-42; cf. Lc 22.39-46). Según Lc. 21.37 y Jn. 18.2, Jesús frecuentó el lugar muchas veces con sus discípulos. Probablemente era propiedad privada y se ha conjeturado que pertenecía a María, madre de Juan Marcos.

Durante su última visita a Getsemaní, Jesús dejó a ocho de sus discípulos en algún lugar del huerto, y se separó para orar llevando consigo a Pedro, Jacobo y Juan. Jesús anhelaba la compañía consoladora de sus amigos, pero estos se durmieron en Getsemaní. Este fue el escenario de la lucha final de Cristo con Satanás, lucha que habría de concluir en la cruz.

El Getsemaní recuerda la lucha del primer Adán con Satanás, que también se llevó a cabo en un huerto, pero la diferencia es grande: Adán salió derrotado, Jesús salió triunfante. El sufrimiento de Cristo, previo a la hora de morir por los pecados del mundo, se describe gráficamente en los Evangelios Sinópticos. A Getsemaní llegó la turba dirigida por Judas, y allí mismo Jesús fue hecho prisionero.

Según la tradición Getsemaní se hallaba a unos cincuenta metros al este del puente sobre el Cedrón.

En esta agonía su sudor fue como grandes gotas de sangre que caían. Esto muestra el sufrimiento de su alma. Debemos orar también para ser capacitados para resistir hasta derramar nuestra sangre en la lucha contra el pecado, si alguna vez se nos llama a eso. — ¡La próxima vez que en tu imaginación te detengas a deleitarte en algún pecado favorito, piensa en sus efectos como los que ves aquí! Mira sus terribles efectos en el huerto de Getsemaní y desea profundamente odiar y abandonar a ese enemigo, con la ayuda de Dios, y rescatar pecadores por los cuales el Redentor oró, agonizó y sangró.

Cumplimiento en Jesús.

Las gotas de su sudor, convertidas en sangre, caían sobre la tierra, arrebatando a Satanás el titulo de propiedad sobre ella y tomando para él, lo que por derecho propio le  pertenece, pues él es el creador de todo el universo.

La verdad no era nada casual que Jesús se encontrara en estos instantes en un jardín. Esto nos muestra que Jesús debía recuperar el lugar que perdieron Adán y Eva por su desobediencia. Por eso, ahí estaba Jesús, nuestro salvador y redentor, en Él, nosotros ganamos la batalla y recuperamos lo que se había perdido, el derecho a gobernar y tener una relación personal con Dios.

  1. Puñetazos en la cara. Mt. 26: 67
Jesús fue llevado apresuradamente a Jerusalén. Luce mal, y presagia lo peor, que los dispuestos a ser discípulos de Cristo no estén dispuestos a ser conocidos como tales. Aquí empieza la negación de Pedro: porque seguir a Cristo desde lejos es empezar a retirarse de Él. Nos concierne más prepararnos para el fin, cualquiera sea, que preguntar curiosos cuál será el fin. El hecho es de Dios, pero el deber es nuestro.

Ahora fueron cumplidas las Escrituras que dicen: Se han levantado contra mí testigos falsos. Cristo fue acusado, para que nosotros no fuéramos condenados; y, si en cualquier momento nosotros sufrimos así, recordemos que no podemos tener la expectativa de que nos vaya mejor que a nuestro Maestro. Cuando Cristo fue hecho pecado por nosotros, se quedó callado y dejó que su sangre hablara. Hasta entonces rara vez había confesado Jesús, expresamente, ser el Cristo, el Hijo de Dios; el tenor de su doctrina lo dice y sus milagros lo probaban, pero, por ahora omitiría hacer una confesión directa. Hubiera parecido que renunciaba a sus sufrimientos. Así confesó Él, como ejemplo y estímulo para que sus seguidores, lo confiesen ante los hombres, cualquiera sea el peligro que corran. El desdén, la burla cruel y el aborrecimiento son la porción segura del discípulo, como lo fueron del Maestro, de parte de los que deseaban golpear y reírse con burla del Señor de la gloria. En el capítulo cincuenta de Isaías se predicen exactamente estas cosas. Confesemos el nombre de Cristo y soportemos el reproche, y Él nos confesará delante del trono de su Padre.

Cumplimiento en Jesús.

Isaías profetizó de manera absoluta este suceso y dice que ninguna hermosura quedó en el para que le desearemos.

El rostro es nuestra carta de presentación ante la sociedad, es lo que nos distingue de las demás personas y nos hace únicos. Cuando Jesús recibió todo este castigo sobre su rostro, nos hacía identificar con él, en su calvario, en su sufrimiento; esto es lo que tal vez Pedro no entendió al negar ser discípulo de Jesús, por esto Pedro perdió su derecho a ser llamado discípulo (Mr. 16.7), y sólo Jesús pudo restaurarle a su lugar de dignidad.

Aunque físicamente no era posible desear a Jesús; nuestro corazón y nuestro espíritu deben desear cada día, encontrarse con ese Jesús que hoy está vivo y salió triunfante sobre la muerte. Por eso, Él debe ser nuestro deleite.

  1. azotes. Mt. 27:26
Pena prevista en Dt. 25.1-3, pero limitada "a cuarenta azotes, no más" para que "tu hermano no quede envilecido delante de tus ojos".

Este castigo no parecía muy deshonroso en sí mismo, pero llegaba a serlo cuando ponía al castigado en estado lamentable. La legislación posterior, para estar segura de no sobrepasar el número de cuarenta, más bien que por sentimientos de piedad, ordenó que se dieran treinta y nueve azotes. Se administraba esta pena con un flagelo de tres correas. Y, así, cada golpe equivalía a tres. Se daba, por tanto, trece golpes (3 x 13 = 39). La ley asiria administraba este castigo con mayor prodigalidad.

Por el Talmud y por el Nuevo Testamento se sabe que este castigo se ejecutaba a menudo en la sinagoga (Mt 10.17; 23.34; Mr 13.9; Hch 5.40; 22.19). La flagelación judía debió de irse sustituyendo poco a poco por la flagelación romana. Así se deduce probablemente de 2 Co 11.24, 25, donde Pablo distingue entre los treinta y nueve golpes recibidos cinco veces de los judíos y las tres veces que lo azotaron.

La Lex Porcia prohibía azotar a un ciudadano romano (Hch 16.37). Sin duda, a Jesús se le aplicó la flagelación romana, mucho más cruel que la judía y quizás dentro del pretorio (Mr. 15.15).

Cumplimiento en Jesús.

El número cuarenta, en la numerología bíblica, significa prueba, examen, cierre de la victoria o del juicio. Al recibir Jesús este castigo estaba profetizando que sólo suya es la victoria y  ahora en Cristo Jesús, nosotros somos más que vencedores (Ro. 8: 37).
  1. la corona de espinas. Mt. 27:29
La corona es símbolo distintivo de nobleza, realeza o autoridad que se lleva sobre la cabeza. Desde los tiempos bíblicos su forma ha variado desde un sencillo círculo de oro hasta un tocado complicado de distintos diseños e incrustado de joyas (2 S 12.30). En ocasiones, como en el caso de la coronación de Joás (rey de la dinastía davídica), la imposición de la corona se asociaba con la entrega del "testimonio" (una copia de la Ley) y la unción (2 R 11.12). Muchos salmos (por ejemplo, Sal 2) celebran este tipo de coronación.

En la época del Antiguo Testamento la corona tenía sentido simbólico. La de David y sus descendientes representaba el reino asegurado por un pacto con Jehová, reino que podía perderse por la apostasía (Sal 89.38, 39; cf. 21.3). Como pura figura, representaba la consumación y gloria del varón, el valor de la mujer virtuosa para su marido, las canas para el anciano, los nietos para el abuelo, etc. (Pr 12.4; 16.31; 17.6).

En el Nuevo Testamento no se emplea el término "corona" con respecto a reyes terrenales. No obstante, Mateo, Marcos y Juan describen la coronación escarnecedora de Jesucristo por los soldados romanos. Estos, al entretejer una corona de espinas, inconscientemente hicieron un símbolo de la realeza del Señor y de la maldición del pecado que asumió por nosotros.

Hebreos 2.7, citando el Salmo 8.5, recuerda que Dios coronó al hombre de honra y gloria. Luego señala a Jesús como el único digno de llevar tal corona ahora, y eso "a causa del padecimiento de la muerte" (Heb. 2.9).

En el Nuevo Testamento "corona" traduce dos palabras griegas: “diadema”, que aparece tres veces (Ap. 12.3; 13.1; 19.12) y stéfanos, dieciocho veces. Stéfanos era el premio que ganaban los atletas vencedores en los juegos olímpicos. Era una guirnalda sencilla, hecha de hojas de laurel, perejil, olivo o pino que, aunque hermosa, pronto se marchitaba. Pablo, escribiendo a los corintios, compara esta corona con la corona "incorruptible" que espera al creyente que termina fielmente su carrera (1 Co 9.24-27; 2 Ti 2.5; Heb. 12.1, 2). También se habla de la corona de "justicia", de "vida" o de "gloria" (2 Ti 4.8; Stg. 1.12; 1 P 5.4) y se nos amonesta acerca del peligro de perderla (Ap. 3.11). Pablo tenía por corona a sus hijos en la fe (Fil. 4.1; 1 Ts. 2.19).

Las coronas no son para gloria propia. Los ancianos de Ap. 4.4, 10 las echan delante del trono del Señor como tributo por haberlos capacitado para ganarlas.

Cumplimiento en  Jesús.

Cuando los soldados romanos, a manera de burla, tejieron esta corona para Jesús, hacía una combinación de su realeza con la maldición proferida sobre la tierra en el huerto del edén.

Si la tierra, por la maldición provocada por el pecado del hombre, produciría espinos y cardos (Gn. 3.18), estos espinos y cardos los llevaría Jesús sobre su cabeza como símbolo de redención.

Esto quiere decir que Jesús,  como Rey de reyes y Señor de señores, llevó sobre sí, no sólo la maldición y el castigo que nos acechaba, sino que también redimió la Tierra de su maldición.

¿Sabe dónde ocurrió esto?

El fue coronado en el calvario, en el Gólgota, en el monte Moriah, es el monte del templo y el monte calvario es la misma cadena montañosa, la misma montaña.

Dios dijo a Abraham, en Gn.  22:2 “toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a la tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”.
 
Isaac para entonces era un robusto joven, Isaac sabía que iban a ofrecer un sacrificio, y Abraham e Isaac fueron al lugar del sacrificio. E Isaac mirando alrededor dijo: “¡padre! aquí esta la leña para el sacrificio, aquí esta el fuego para el sacrificio, padre tenemos todo, la soga, el cuchillo, ¡pero padre! ¿Dónde está el cordero?”. Gn. 22. 7. Abraham aguantando las lágrimas, porque Isaac no sabía la verdad dijo: “hijo mío, Dios se proveerá de un cordero”. Gn. 22. 8
 
Y subieron al monte Moriah, y colocaron la leña en su lugar y Abraham ahora tuvo que decirle a su hijo “¡hijo! tienes que confiar en mi; hijo mío, trata de entender, que ni yo lo entiendo, solo creo en Dios, tengo que hacerlo, esto no se por qué.”;   más Dios tendrá que levantarte de los muertos, ¡hijo mío, tu eres el sacrificio! dame tus manos debo atarte.

Isaac joven adolescente pudo haber resistido a su padre de más de cien años de edad, mas voluntariamente se sometió, llegando a ser una ilustración del señor Jesucristo.

Isaac yacía sobre el altar y Abraham levantó el cuchillo para degollar a su hijo, cuando escuchó una voz ¡Abraham, Abraham! no le hagas daño al muchacho, yo he provisto un sustituto y Abraham alzó sus ojos y vio un carnero trabado en un zarzal, (espinal) por sus cuernos.  Los cuernos estaban enredados en las espinas, Dios le dijo: “Abraham; toma el carnero y sacrifícalo en lugar de tu hijo
 
Y ese carnero trabado en el zarzal, coronado con espinas, llego a ser el sacrificio ese día, en lugar del que debía haber sido e iba a ser sacrificado. Jesús el cordero de Dios fue coronado con espinas, el tomó nuestro lugar, el fue el sustituto, mas porque un sacrificio se levantó y quedó libre, mas el coronado con espinas, fue sacrificado.  Ese es el misterio salvador de la corona.

Abraham construyó muchos altares, pero después de este episodio, el nunca construyó otro altar, porque era el altar perfecto, este ilustra el sacrificio perfecto. Después de la muerte de Jesús no hay necesidad de otro altar, porque con una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los santificados.



II. SOBRE LA CRUZ.

1.   Las manos.

Parte del cuerpo humano que comprende desde la muñeca hasta la extremidad de los dedos, cuyas funciones son esenciales para el bienestar físico (1 Co 12.21). Entre los israelitas era común el ambidextrismo, y se consideraba una ventaja para la pelea. Hay referencias bíblicas a los zurdos (Jue. 3.15-21; 20.15, 16) y a los mancos (Lc 14.13, 21). Cortar una mano era severo castigo (Dt. 25.12). Lavarse las manos era una costumbre a la que se le daba mucha importancia higiénica y ritual (Lv 15.11; Mt 15.1-2; Mc 7.1-4; Lc 11.38) y se utilizaba también en sentido simbólico, como muestra de inocencia (Dt. 21.6; Sal 26.6; Mt 27.24). La mano también se utilizaba como elemento de medida; el ancho de una mano equivalía aproximadamente a nueve centímetros (Éx. 25.25; 1 R 7.26).

En sentido figurado la mano simboliza el poder (Jos. 8.19; Jue. 6.13; Jer. 12.7). Por estar ubicadas en ambos lados del cuerpo, las manos son en ocasiones sinónimas de "lado" (Gn 13.9). "Echar mano" de alguien significa apoderarse de él (Lc 20.19; Jn. 7.30, 44), "estar bajo la mano" de alguien es estar sometido (Jue. 2.16, 18) y la expresión "obra de las manos" equivale a trabajo o esfuerzo agobiador (Gn 5.29; 31.42).

Con diversos gestos de las manos se indican deseos o expresan sentimientos; por ejemplo, poner la mano sobre la boca indica silencio (Job 21.5; Pr 30.32); llevarla sobre la cabeza es un signo de dolor (2 S 13.19; Jer. 2.37); aplaudir es muestra de alegría (Sal 47.1); estrechar la mano es prueba de amistad (2 R 10.15; Gá. 2.9). Como expresión espiritual, se elevan las manos para invocar y orar (Éx. 17.11; Dt. 32.40; 1 R 8.22; Sal 28.2; 141.2). La imposición de manos significa consagración y concesión de bendiciones (Gn 48.14; Nm. 8.10; Mr. 10.16; Hch 6.6; 19.6; 1 Ti 4.14; Heb. 6.2).

En sentido antropomórfico, la Biblia se refiere frecuentemente a "la mano de Dios". De ella se afirma que es poderosa cuando ayuda y beneficia (Dt. 9.26; Jos. 4.24; 1 P 5.6), que es pesada cuando castiga (Éx. 7.4; Dt. 2.15; 1 S 5.6); o que descansa sobre los hombres para comunicarles espíritu profético (2 R 3.15; Is. 8.11; Ez 1.3).

2.   Los pies.

Pocas veces la Biblia se refiere al pie en estricto sentido corporal y médico, aunque se menciona la quebradura de pie (Lv 21.19) y la hinchazón de pie (Dt. 8.4). Sin embargo, en ocasiones se utiliza la palabra pie a manera de eufemismo; tal es el sentido de la expresión "cubrir los pies" que se usa probablemente para referirse al acto de defecar (Jue. 3.24; 1 S 24.3).

Son numerosas y variadas las referencias al pie en sentido figurado. Poner los pies sobre la nuca del enemigo es signo de victoria y sometimiento (Jos. 10.24; 2 S 22.39; Sal 58.10; Mt 22.44; Heb. 1.13); caminar descalzo significa humillación (Dt. 25.9; Job 12.17, 19; Is. 20.2-4).

Descalzarse el pie tenía un especial significado legal en el antiguo Israel: que el pariente más próximo de una viuda renunciaba a los derechos establecidos por la ley del LEVIRATO (Dt. 25.9; Rt. 4.7). Echarse a los pies de una persona significaba reconocer su supremacía (Rt. 3.8; 1 S 25.24; Mt 18.29; Mr. 5.22; Lc 8.41); sentarse a los pies indicaba relación de alumno a maestro (Lc 8.35; Hch 22.3); besar los pies (Is. 49.23; Lc 7.38-45) o abrazarlos (2 R 4.27) era muestra de humillación y sumisión; lavar los pies era expresión de humildad y de servicio; enseñanza simbólica y sublime que Jesús personificó cuando lavó los pies de sus discípulos (Jn. 13.5).

3. costado. Jn. 19: 34

El costado es la parte central del cuerpo. Este contiene y protege gran parte de los órganos más importantes para el funcionamiento del cuerpo humano: el corazón, el hígado, el estómago, los pulmones, entre otros.

Cuando Cristo recibió su herida en el  costado, fue el único en recibirla, pues después de clavados sus manos y pies, los verdugos aceleraba la muerte de los condenados a la cruz quebrándoles las piernas; pero en caso del Hijo de Dios, David había profetizado que ninguno de sus huesos serían quebrados (Sal. 34. 20).

Cuando a Cristo, el soldado le atravesó el costado con una lanza, puesto que ellos vieron que ya había muerto, dice la Escritura que de él brotó sangre y agua. El único de los evangelistas que registraron este hecho fue el apóstol Juan.

La sangre apunta al hecho que todo hombre que quisiera acercarse a la presencia de Dios debía ofrecer sacrificio de sangre en el altar de bronce.

Este suceso apunta a que el agua hace referencia al lugar donde los sacerdotes se lavaban a diario, en el lavacro, para entrar a ministrar en completa limpieza delante de Dios en el lugar santo, en el tabernáculo de Moisés.

Estos dos, el lavacro y el altar de bronce, se encontraban en el atrio exterior, donde todo hombre tenía acceso.

Toda esta verdad, vista conjuntamente, se refiere a la verdad que Él restaura nuestro derecho y dignidad de sacerdotes delante de Dios. Con su sacrificio, Cristo nos daba el mensaje que ya no necesitaríamos ningún otro sacrificio de animales, pues Él es el sacrificio completo por  nuestro pecado.
Cumplimiento en Jesús.

Miremos de una manera especial las cinco heridas causadas a Jesús en la cruz del calvario.

En la numerología Bíblica el número cinco es el número de la cruz, la gracia, la expiación, y la vida.

Pero Cristo, en la cruz, estaba librando su más grande batalla, arrebatar el derecho legal que Satanás poseía sobre la tierra y sus humanos.

En Isaías 14. 13 – 14 dice:Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.

Estos son los cinco “yo haré” de Satanás. Su propósito era ser igual a Dios. Por esto no debemos dejarnos engañar, Satanás es el mejor imitador y a menudo tratará de imitar la obra de Dios. A menudo, nos equivocamos en preocuparnos más por Satanás que  por su obra. Por eso debemos estar alerta y acogernos a la revelación oportuna del Espíritu Santo.

Jesús con sus heridas estaba derrotando a Satanás y sus demonios. Por eso dice Colosenses: “anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.” (2. 14-15)


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